jueves, 17 de abril de 2014

El Cabalero.

Esta puede ser tu historia, o la mía, quizás la de alguien que conocemos… de seguro ya la has escuchado.

Mario Alberto es un personaje reconocido en su barrio, sus amigos lo distinguen y saludan efusivamente, el hombre tiene carisma y se deja querer, aunque muchos lo conocen desde hace más de 30 años, pocos saben su verdadero nombre, sólo sus familiares, el jefe y la responsable de los pagos del lugar donde labora saben cómo se llama en realidad.

En su juventud mientras se disputaba el mundial de España 1982, su parecido físico con el “Matador” Kempes le hicieron ganarse el apodo, que tras unos años adopto como propio, en alguna oportunidad en reuniones familiares lo han llamado por su verdadero nombre y no se había dado cuenta que se referían a él.

Y como ya supusieron, el apodo venía con algo adicional, Mario Alberto jugaba al fútbol, nada parecido a su “tocayo impuesto”, este jugaba de volante de marca, además de poco agraciado con la pelota en los pies, pero todo lo compensaba con un gran corazón y entrega en cada partido que se disputaba en la cancha del barrio.

Mario también era hincha a muerte del club de su ciudad (no era difícil de adivinar), amaba los colores de su equipo, domingo a domingo acompañaba en el estadio los partidos que disputaba el equipo sólo como local, sus obligaciones y el trabajo no le permitían viajar a los encuentros de visitante, era simplemente un fiel local.

En su juventud integró los equipos infantiles del equipo de la ciudad, su sueño era ser futbolistas profesional, pero antes de los 18 debió resignar todo ante las nuevas responsabilidades de la vida, su joven novia esperaba a su primer hijo, Mario Alberto siempre excusó su interrumpida carrera futbolística a este evento, pero la realidad era que sus limitadas habilidades en el deporte no le daban para llegar más allá de un par de partidos en categorías menores saliendo desde el banco en sustitución de un compañero lesionado.

Siempre soñó con ser ovacionado en el estadio donde jugaba el equipo de sus amores ¿y cómo no soñar algo parecido? Si vivía a una calle del estadio, si estaba metido en los entrenamientos ayudando a los utileros a recoger balones y zapatos para poder estar cerca de sus ídolos, a los que siempre quiso imitar, tanto así que copio de ellos muchas cosas que hoy definen su personalidad, pero los que más influyeron en el fueron los jugadores extranjeros, la mayoría de estos argentinos y uruguayos, tanto así, que Mario Alberto hoy en día habla tratando de imitar el asentó y tono propio de los sureños, convencido de que si va a Argentina no le pedirían pasaporte porque pasaría fácilmente por uno de ellos.

Su devoción por los jugadores extranjeros fue tal, que aun años después de retirados estos siguen manteniendo contacto con los que se quedaron a vivir en la ciudad, en la oportunidad que les dan los ratos libre se sienta a escuchar las mismas historias que ha escuchado durante años, siempre con la misma atención, con la misma expectativa, como si fuese la primera vez que las va a escuchar. Luego las trasforma en propias, las cuenta en su círculo de amigos tal como si hubiese estado presente, como si hubiese sido el mismo protagonista de cada hazaña, todos le escuchan, nadie le cree.

Mario Alberto trabaja en un taller de latonería y soldadura, compra los periódicos deportivos y escucha todos los programas de radio que hablan de fútbol en la semana, el repite todo, es una fuente informativa y de consulta entre sus compañeros de trabajo, conoce los jugadores, horarios y fechas de partidos del fútbol nacional e internacional. Por estos días anda algo preocupado porque se dañaron sus audífonos, así que de regreso a su casa en el transporte público se para al lado del chofer para pedirle que sintonice el programa de esa hora y así poder escuchar la última información.

Puntual como ninguno para llegar a trabajar, pero igual de puntual para irse, sabe que si todo sale bien le dará chance de llegar a la cancha del barrio para aprovechar los últimos momentos de luz del día y jugar un rato, situación está que le sirve como entrenamiento pensando en los partidos de la liga que disputa su equipo para jugadores de más de 45 años.

Hay dos cosas que le quitan el sueño a Mari Alberto, la primera el partido del domingo que disputa su equipo en el campeonato nacional de 1ra División, la segunda, el partido de su equipo los días sábado en el torneo del barrio.

Esta semana es particular en la vida de Mario Alberto, su equipo (el del barrio) disputará la final del torneo; esto le ha añadido un poco de presión a la semana típicamente rutinaria de su vida, Mario se ha notado nervioso, nunca había disputado una final, en ninguna categoría y en ningún torneo que había jugado, era su oportunidad de brillar, pero para ello debía cuidar todos los detalles.

Algo que le ha dejado años de conversaciones y cercanía con los jugadores que idolatraba en el club de su ciudad eran todos los rituales extradeportivos que utilizaban principalmente los jugadores sureños, Mario tenía su lista de cábalas, cada una diseñada especialmente para atraer la buena suerte y otras para alejar la derrota y las lesiones.

Llegó el sábado, Mario Alberto apenas pudo dormir, más por repasar todas las actividades que debía hacer antes del partido para garantizar la victoria, que por el mismo nerviosismo de afrontar la final.

Todo debía ser perfecto, el mismo desayuno de los últimos sábados donde habían ganado, la ropa que generalmente usaba para ir de la casa a la cancha estaba organizada, inclusive no la lavaba desde los últimos 3 partidos en que se la puso para evitar quitarle la buena suerte, tomó su café de las 10 de la mañana en la panadería de la esquina mientras esperaba que llegará el diario deportivo para leer las noticias, al mediodía lo esperaba su almuerzo típico de día de juego, comía igual que los futbolistas profesionales, tal como le contaba que sucedían en las concentraciones; una sopa, pollo a la plancha sin aceite acompañado con pasta y jugo natural, todo salía perfecto, el ritual aseguraba el triunfo.

Con tiempo suficiente Mario Alberto procedió a tomar la siesta después del almuerzo, el cansancio acumulado de la mala noche anterior y el despertador del celular que nunca sonó se combinaron para llevar la angustia a nuestro amigo. Se despertó repentinamente y al ver el reloj se dio cuenta que ya era tarde, debía llegar a como diera lugar, los nervios le invadieron, saltó de su cama y trató de ordenar su bolso con lo que debía llevar repasando su contenido temiendo que faltase algo, pero el tiempo era su enemigo y no le permitía ser más cauteloso.

Salió a la parada de autobuses, pero en la medida que pasaban los minutos la angustia creía, no pasaba el vehículo que lo dejaba al frente de la cancha, le extrañaba que la calle estuviese desierta, al pasar un conocido por la calle de enfrente le preguntó si sabía por qué tardaban tanto en pasar los autobuses, cuando le respondieron que ese era el día de la patrona de la line de transporte y no iban a laborar, Mario sentía que iba a estallar en llanto, pensó en irse corriendo, también en tomar un taxi, sacó cuentas, esa segunda alternativa le descuadraba el presupuesto, pero debía tomar el riesgo, tenía que llegar al partido, el regreso a su casa lo haría caminando.

Mario llego a la cancha, pago el taxi y al entrar el partido llevaba 40’ minutos de juego, nadie se dio cuenta que había llegado tarde, nadie se había dado cuenta que faltaba, ni sus propios compañeros, sin hacer mucho ruido se sentó en el puesto de la banca que le correspondía, mientras se vendaba y ponía las medias le preguntó al compañero de al lado cómo iba el marcador, este, sin mirarlo le respondió “0 - 0”, mientras enviaba un mensaje por whatsapp.

Pasaron los 90’ minutos y el compromiso terminó sin goles, con Mario Alberto mirando desde el banco, la final se decidía por los penales, Mario moría lentamente, su equipo desperdició el último lanzamiento para perder el partido, los rivales festejaban la victoria, Mario en la banca lloraba la derrota, se sentía culpable por la perdida, aunque nunca disputó un solo minuto en todo el torneo sabía que era el responsable, quedó solo repasando todo lo que hizo, en algo falló, no cumplió alguna de sus cábalas y esto fue el causante de la derrota, no se atrevía a mirar a la cara a sus compañeros, se sentía como si él hubiese desperdiciado el ultimo penal para perder.

… y si, nadie se enteró que Mario lloraba y se quedó solo en la cancha, llegó tarde y pese a todo el relato de lo sucedido su mujer seguía sin entender nada, para ella eran solo un grupo de hombres grandes ensuciando ropa y corriendo de un lado para otra detrás de una pelota.


Pasaron los días y la vida sigue su cotidianidad, Mario es el mismo de siempre, cumpliendo con su trabajo, entrenando en las tardes y compartiendo con los amigos, aunque se le ha metido una nueva idea en la cabeza, cree que está suficientemente preparado y con conocimientos para entrar a trabajar en un programa deportivo en una de las radios de la ciudad, pero esa, es otra historia…