Ya
no te recuerdo, ni siquiera me pareces conocido, has cambiado mucho y no te das
cuenta. En realidad te han cambiado, en su afán insaciable por justificarse
ante los demás, quienes no te pudieron jugar intentan mediante todos los medios
posibles excusar su falta de habilidad o destreza modificándote, la culpa era
tuya, no de ellos, tus imperfecciones fueron las que se impusieron ante ellos y
no sus propias carencias.
La
grama y la tierra se combinaban para que unos pocos privilegiados fueran los
dueños del dominio del balón en la irregularidad del campo, ellos no, ellos lo
quieren plano, hostigan al topógrafo, pero si llegaron a ser obsesivos con lo milimétrico
y preciso del corte del pasto, ahora imponen lo sintético. La perfección del
terreno les permitirá que el balón los obedezca, que vaya a donde ellos quieren
que vaya, independientemente de qué tan mal ejecuten el golpe.
El
esférico de cuero atemorizaba al más valiente, un centro o fuerte remate
implicaba tener el coraje de arriesgar la integridad procurando evitar la caída
de la valla, quedando la historia de aquel gesto épico impreso en el propio
cuerpo en forma de marcas o cicatrices. Los cobardes huían, le tenían miedo a
la número 5; la modificaron, la hicieron más liviana, más artificial, le
quitaron la vida, los despejes largos pasaron de ser una proeza de la fuerza exclusiva
de pocos, a una práctica habitual que no diferencia a fortachones de
debiluchos. Hoy el balón huye del suelo, no le gusta tocar piso.
Los
zapatos de fútbol, cual caballo salvaje, requerían de paciencia, era un arte
amoldarlos, obligarlos con el uso a que tomaran la forma del pie, no en vano
los habilidosos hacían creer que en lugar de calzado tenían un “guante”. Hoy todos se parecen, estandarizaron las formas, cualquier zapato sirve, dócil,
exhibicionista, escandaloso en sus colores, cartel publicitario andante, no se
amolda, ahora el pie debe acomodarse a su horma, cuando antes fue al revés. Algunos
hasta creen que los zapatos nuevos vienen con jugadas incluidas.
La
tecnología agobia y asfixia al fútbol, buscan extinguir el placer culpable del
hincha, la última razón para esperar el próximo
domingo, hablar de las responsabilidades de quienes dirigen los partidos, los árbitros. Los ojos de las cámaras de alta fidelidad vigilarán los arcos y la línea
de gol, ellos no permitirán que los jueces se equivoquen, ya la culpa no será
de otro, ya los goles no entrarán por la animosidad y permisividad del hombre
de negro, si no por la propia incapacidad de quien debe finalizar la jugada,
pondrá en evidencia a los mártires del gol esquivo, matarán al chivo expiatorio.
Los
estrategas obsesionados con el orden y la perfección crean nuevos esquemas, el
futbolista se extingue, solo seres superdotados podrán cumplir sus órdenes, cual
robots se moverán según las indicaciones, inquisidores del regate y la gambeta,
purgarán las culpas en el que quiera desobedecer las instrucciones, destierro
al de la fantasía, al de la alegría; el plan ya fue diseñado, todo lo demás es
traición, la iniciativa no existe. Algunos esperan que el reglamento se
modifique y permita incluir un jugador más, el número 12 en cancha, el que
pondrá fin al dilema del espacio que queda entre los defensores y los volantes,
invisible, el culpable por su ausencia de las mayorías de las derrotas.
La
picardía ya no es un don, no es una habilidad, es un delito, perseguirán a
quienes quieran engañar a los contrarios, árbitros y publico con lo
inapropiado. Lo que hasta hoy son anécdotas que arrancan sonrisas, mañana serán consideradas
artimañas criminales. Recordarlas e incluso nombrarlas será blasfemia.
Y
así lo fueron cercando, no nos dimos cuenta, nos lo cambiaron y lo aceptamos. Estos
señores, los frustrados que no te pudieron jugar, quienes envidian la gloria de
otros, son los que te manejan. Añoraban ser los ovacionados, héroes de la
multitud, su rencor los impulsa. Quieren convencernos de que los cambios son
para bien, disfrazan sus verdaderos objetivos tras buenas intenciones, pero su fin
es otro y lo están logrando.
Hace
rato que no fabricas alegrías… hoy provocas angustias, adiós.
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