Esta
puede ser tu historia, o la mía, quizás la de alguien que conocemos… de seguro
ya la has escuchado.
Mario
Alberto es un personaje reconocido en su barrio, sus amigos lo distinguen y
saludan efusivamente, el hombre tiene carisma y se deja querer, aunque muchos
lo conocen desde hace más de 30 años, pocos saben su verdadero nombre, sólo sus
familiares, el jefe y la responsable de los pagos del lugar donde labora saben cómo
se llama en realidad.
En
su juventud mientras se disputaba el mundial de España 1982, su parecido físico
con el “Matador” Kempes le hicieron ganarse el apodo, que tras unos años adopto
como propio, en alguna oportunidad en reuniones familiares lo han llamado por
su verdadero nombre y no se había dado cuenta que se referían a él.
Y
como ya supusieron, el apodo venía con algo adicional, Mario Alberto jugaba al
fútbol, nada parecido a su “tocayo impuesto”, este jugaba de volante de marca, además
de poco agraciado con la pelota en los pies, pero todo lo compensaba con un
gran corazón y entrega en cada partido que se disputaba en la cancha del
barrio.
Mario
también era hincha a muerte del club de su ciudad (no era difícil de adivinar),
amaba los colores de su equipo, domingo a domingo acompañaba en el estadio los
partidos que disputaba el equipo sólo como local, sus obligaciones y el trabajo
no le permitían viajar a los encuentros de visitante, era simplemente un fiel
local.
En
su juventud integró los equipos infantiles del equipo de la ciudad, su sueño
era ser futbolistas profesional, pero antes de los 18 debió resignar todo ante
las nuevas responsabilidades de la vida, su joven novia esperaba a su primer
hijo, Mario Alberto siempre excusó su interrumpida carrera futbolística a este
evento, pero la realidad era que sus limitadas habilidades en el deporte no le
daban para llegar más allá de un par de partidos en categorías menores saliendo
desde el banco en sustitución de un compañero lesionado.
Siempre
soñó con ser ovacionado en el estadio donde jugaba el equipo de sus amores ¿y cómo
no soñar algo parecido? Si vivía a una calle del estadio, si estaba metido en
los entrenamientos ayudando a los utileros a recoger balones y zapatos para
poder estar cerca de sus ídolos, a los que siempre quiso imitar, tanto así que
copio de ellos muchas cosas que hoy definen su personalidad, pero los que más
influyeron en el fueron los jugadores extranjeros, la mayoría de estos
argentinos y uruguayos, tanto así, que Mario Alberto hoy en día habla tratando
de imitar el asentó y tono propio de los sureños, convencido de que si va a
Argentina no le pedirían pasaporte porque pasaría fácilmente por uno de ellos.
Su
devoción por los jugadores extranjeros fue tal, que aun años después de
retirados estos siguen manteniendo contacto con los que se quedaron a vivir en
la ciudad, en la oportunidad que les dan los ratos libre se sienta a escuchar
las mismas historias que ha escuchado durante años, siempre con la misma
atención, con la misma expectativa, como si fuese la primera vez que las va a
escuchar. Luego las trasforma en propias, las cuenta en su círculo de amigos
tal como si hubiese estado presente, como si hubiese sido el mismo protagonista
de cada hazaña, todos le escuchan, nadie le cree.
Mario
Alberto trabaja en un taller de latonería y soldadura, compra los periódicos deportivos
y escucha todos los programas de radio que hablan de fútbol en la semana, el
repite todo, es una fuente informativa y de consulta entre sus compañeros de
trabajo, conoce los jugadores, horarios y fechas de partidos del fútbol
nacional e internacional. Por estos días anda algo preocupado porque se dañaron
sus audífonos, así que de regreso a su casa en el transporte público se para al
lado del chofer para pedirle que sintonice el programa de esa hora y así poder escuchar
la última información.
Puntual
como ninguno para llegar a trabajar, pero igual de puntual para irse, sabe que
si todo sale bien le dará chance de llegar a la cancha del barrio para
aprovechar los últimos momentos de luz del día y jugar un rato, situación está
que le sirve como entrenamiento pensando en los partidos de la liga que disputa
su equipo para jugadores de más de 45 años.
Hay
dos cosas que le quitan el sueño a Mari Alberto, la primera el partido del
domingo que disputa su equipo en el campeonato nacional de 1ra División, la
segunda, el partido de su equipo los días sábado en el torneo del barrio.
Esta
semana es particular en la vida de Mario Alberto, su equipo (el del barrio)
disputará la final del torneo; esto le ha añadido un poco de presión a la
semana típicamente rutinaria de su vida, Mario se ha notado nervioso, nunca
había disputado una final, en ninguna categoría y en ningún torneo que había
jugado, era su oportunidad de brillar, pero para ello debía cuidar todos los
detalles.
Algo
que le ha dejado años de conversaciones y cercanía con los jugadores que
idolatraba en el club de su ciudad eran todos los rituales extradeportivos que
utilizaban principalmente los jugadores sureños, Mario tenía su lista de cábalas,
cada una diseñada especialmente para atraer la buena suerte y otras para alejar
la derrota y las lesiones.
Llegó
el sábado, Mario Alberto apenas pudo dormir, más por repasar todas las
actividades que debía hacer antes del partido para garantizar la victoria, que
por el mismo nerviosismo de afrontar la final.
Todo
debía ser perfecto, el mismo desayuno de los últimos sábados donde habían
ganado, la ropa que generalmente usaba para ir de la casa a la cancha estaba
organizada, inclusive no la lavaba desde los últimos 3 partidos en que se la
puso para evitar quitarle la buena suerte, tomó su café de las 10 de la mañana
en la panadería de la esquina mientras esperaba que llegará el diario deportivo
para leer las noticias, al mediodía lo esperaba su almuerzo típico de día de
juego, comía igual que los futbolistas profesionales, tal como le contaba que sucedían
en las concentraciones; una sopa, pollo a la plancha sin aceite acompañado con
pasta y jugo natural, todo salía perfecto, el ritual aseguraba el triunfo.
Con
tiempo suficiente Mario Alberto procedió a tomar la siesta después del
almuerzo, el cansancio acumulado de la mala noche anterior y el despertador del
celular que nunca sonó se combinaron para llevar la angustia a nuestro amigo. Se
despertó repentinamente y al ver el reloj se dio cuenta que ya era tarde, debía
llegar a como diera lugar, los nervios le invadieron, saltó de su cama y trató
de ordenar su bolso con lo que debía llevar repasando su contenido temiendo que
faltase algo, pero el tiempo era su enemigo y no le permitía ser más cauteloso.
Salió
a la parada de autobuses, pero en la medida que pasaban los minutos la angustia
creía, no pasaba el vehículo que lo dejaba al frente de la cancha, le extrañaba
que la calle estuviese desierta, al pasar un conocido por la calle de enfrente
le preguntó si sabía por qué tardaban tanto en pasar los autobuses, cuando le
respondieron que ese era el día de la patrona de la line de transporte y no
iban a laborar, Mario sentía que iba a estallar en llanto, pensó en irse
corriendo, también en tomar un taxi, sacó cuentas, esa segunda alternativa le
descuadraba el presupuesto, pero debía tomar el riesgo, tenía que llegar al
partido, el regreso a su casa lo haría caminando.
Mario
llego a la cancha, pago el taxi y al entrar el partido llevaba 40’ minutos de
juego, nadie se dio cuenta que había llegado tarde, nadie se había dado cuenta
que faltaba, ni sus propios compañeros, sin hacer mucho ruido se sentó en el
puesto de la banca que le correspondía, mientras se vendaba y ponía las medias
le preguntó al compañero de al lado cómo iba el marcador, este, sin mirarlo le
respondió “0 - 0”, mientras enviaba un mensaje por whatsapp.
Pasaron
los 90’ minutos y el compromiso terminó sin goles, con Mario Alberto mirando
desde el banco, la final se decidía por los penales, Mario moría lentamente, su
equipo desperdició el último lanzamiento para perder el partido, los rivales festejaban
la victoria, Mario en la banca lloraba la derrota, se sentía culpable por la
perdida, aunque nunca disputó un solo minuto en todo el torneo sabía que era el
responsable, quedó solo repasando todo lo que hizo, en algo falló, no cumplió
alguna de sus cábalas y esto fue el causante de la derrota, no se atrevía a
mirar a la cara a sus compañeros, se sentía como si él hubiese desperdiciado el
ultimo penal para perder.
…
y si, nadie se enteró que Mario lloraba y se quedó solo en la cancha, llegó
tarde y pese a todo el relato de lo sucedido su mujer seguía sin entender nada,
para ella eran solo un grupo de hombres grandes ensuciando ropa y corriendo de
un lado para otra detrás de una pelota.
Pasaron
los días y la vida sigue su cotidianidad, Mario es el mismo de siempre,
cumpliendo con su trabajo, entrenando en las tardes y compartiendo con los
amigos, aunque se le ha metido una nueva idea en la cabeza, cree que está
suficientemente preparado y con conocimientos para entrar a trabajar en un
programa deportivo en una de las radios de la ciudad, pero esa, es otra
historia…
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